Pero la tormenta se alarga. La tormenta es dura y espantosa. La tormenta se prolonga, no un día ni dos, sino toda una eternidad. Aún así intentas no desanimar, cuando peor es la tormenta mejor es el amanecer del nuevo día, te dices. Pero la tormenta no acaba, se extiende indefinidamente. Días y días de oscuridad se suceden. Tu cerebro embotado apenas es capaz de recordar lo que era la verdadera luz, lo que era la claridad de un día soleado.
En uno de tus breves momentos de lucidez reconoces que estabas mejor antes, antes de la tormenta, de esta horrible tormenta. Ahora quieres ir para atrás, porque ves que para delante no puedes. Ya te conformas con tu pasado. Ya reconoces lo bueno que tenías. Ya valoras la felicidad externa como una forma de propia felicidad. Ya no eres tan egoísta. Sin embargo, ya no hay vuelta atrás, y al siguiente trago estás más ahogado.
Verdaderamente ya está todo olvidado, en eso tenías razón.
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